A veces tenemos que dejar cosas,
situaciones, acciones, personas, objetivos, lugares... y elegir. Eliminar lo que no tiene alma en nuestra vida
y seleccionar lo que nos ilumina.
Elegir un camino significa renunciar a
otros, si no acabaras por no recorrer ninguno. Y hay que elegir lo que es más
para nuestro corazón, dándole el lugar, el espacio, el tiempo, la
atención, la dedicación a lo que realmente importa. Aprender a renunciar es
sabiduría.
Para ser bueno en algo hay enamorarse de
ello, invirtiendo en ese sueño. Todo lo demás son distracciones, ubicar
lo importante en primer lugar. Tendemos a perder la perspectiva de nuestras
verdaderas prioridades, a perder de vista el propósito de la vida. Así que,
quitar del camino el exceso de cosas, despejando el desorden de nuestras vidas,
nos ayuda a enfocarnos.
En ocasiones pensamos que no podemos con
las cosas que realmente queremos, pero no es por falta de capacidad, es por la falta de atención que tenemos con todas
las distracciones de nuestro alrededor. Vivimos en un mundo rodeados de
multitudes de opciones y eso nos dispersa, porque nos hace dudar de
nuestras elecciones. El exceso nos estresa, porque cuando las decisiones son reversibles, acabamos menos satisfechos con ellas.
A veces necesitamos equivocarnos para
hacerlo bien.
Ordenar es aprender a tirar lo que ya no sirve. Ordenar es saber
desprenderse de lo que estorba. Y ante la duda, lo mejor es tirar. He aprendido
que en la vida es más importante saber tirar cosas que añadirlas. Lo simple
siempre llena más, menos es más, quedandonos con lo esencial y aprender a potenciarlo.
Elegir caminos equivocados puede romper nuestra alma, pero también
nos ayuda para valorar y saber escoger el camino de la verdad, nos enseña a elegir bien. A simplificar, a quedarnos con lo importante, a saber subrayar en el texto de nuestra vida. Amar y cuidar el camino de la verdad, es la mejor manera de reparar nuestra alma.
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